Del S. X, es una historia conocida por prácticamente todos los niños japoneses. Un día, mientras caminaba a través del bosque de bambú, un viejo talador sin hijos llamado Taketori no Okina encontró bajo sus pies un misterioso y brillante tallo de bambú. Tras talar su tronco, logró encontrar en su interior a un bebé del tamaño de su dedo pulgar. El anciano se alegró enormemente, pues era una niña muy bella, y la llevó a su hogar. Él y su esposa decidieron cuidar de ella, y la llamaron Kaguya-Hime (かぐや姫). Posteriormente, Taketori no Okina se percató que, cada vez que cortaba un tallo de bambú, encontraba una pequeña pepita de oro en su interior. Al poco tiempo, el anciano logró amasar una gran fortuna, y Kaguya-hime creció, adquiriendo un tamaño normal y una extraordinaria belleza. Debido a esto último, Taketori no Okina trató de mantenerla alejada de los forasteros, pero con el tiempo la noticia de su deslumbrante belleza se extendió por todos lados.
Cinco príncipes llegaron hasta el hogar de Taketori no Okina para pedir la mano de Kaguya-hime, quienes finalmente lograron persuadir al anciano para que la bella joven se casara con uno de ellos, pero ella tan sólo aceptaría casarse con aquel príncipe que le trajese un objeto determinado…
Aquella noche, Taketori no Okina les ordenó a los príncipes lo que cada uno debía traer. El primero debería hacerse con el tazón de piedra con el que Buda estuvo mendigando. Al segundo se le encargó la obtención de una rama llena de joyas pertenecientes a la isla de Penglai. El tercero de los príncipes tendría que ir en busca de la legendaria toga de la rata de fuego, ubicada en China. El cuarto tendría que recuperar una joya incrustada en el cuello de un dragón. Y al último príncipe se le ordenó ir en busca de otro tesoro: la concha marina de las golondrinas.
Lograr el tazón con el que el Buda de la India estuvo mendigando era una tarea imposible, por lo que el primer príncipe regresó con un lujoso tazón, pero Kaguya-hime se dio cuenta de que aquel tazón no brillaba con luz santa. Asimismo otros dos príncipes intentaron engañar a la muchacha, pero fracasaron. El cuarto príncipe renunció a la mano de la muchacha tras verse envuelto en una tormenta, mientras que el último príncipe perdió la vida en su intento or recuperar el objeto.
Tras lo ocurrido, Mikado, el emperador de Japón, fue a visitar a Kaguya-hime para contemplar su extraña belleza y, tras enamorarse de ella, le pidió que se casara con él. Kaguya-hime rechazó nuevamente la proposición, argumentando en esta ocasión que ella no pertenecía al país y, por tanto, no podría ir a palacio con él. La joven permaneció en contacto con el emperador, pero seguía rechazando sus peticiones.
Aquel verano, cuando Kaguya-hime vio la luna llena, sus ojos se cubrieron de lágrimas. Aunque sus padres adoptivos siempre se estuvieron preocupando por ella, la joven nunca pudo confesarles el por qué de su malestar. Su comportamiento se volvió cada vez más errático, hasta que llegó a un punto en el que tuvo que confesar que no pertenecía a este mundo, y debía regresar a su pueblo, que se encontraba en la Luna. En algunas versiones de este cuento se dice que fue enviada a la Tierra como castigo temporal de algún delito cometido, mientras que otros narran que su llegada a la Tierra se produjo por su propia seguridad, ya que se libraba una guerra celestial.
El día de su regreso a la Luna se acercaba, por lo que el emperador envió a numerosos guarias para que rodeasen la casa y protegerla así de los habitantes de la Luna, pero cuando una embajada de “seres celestiales” llegaron a la puerta de la casa de Taketori no Okino, los guardias fueron cegados por una extraña luz. Kaguya-hime reveló que, a pesar de que amaba a su familia adoptiva y otras amistades terrestres, ella debía volver a la Luna, junto a su gente, y descansar en su verdadero hogar. La joven escribió tristes cartas para disculparse ante sus padres y ante el emperador, y entregó su kimono a sus padres como recuerdo. Entonces, ella cogió un pequeño frasco del elixir de la vida, y lo adjuntó a la carta escrita para el emperador, la cual fue entregada a un guardia para que se la llevase. Una vez fue entregada la carta, se le colocó un kimono de plumas a la joven, y tras este suceso olvidó toda su pena y compasión hacia los terrestres más allegados, y se marchó hacia la Capital de la Luna (Tsuki no Miyako), sus padres se vieron envueltos en un mar de lágrimas.
Fue tanta la pena que asoló a Taketori no Okina y a su esposa que enfermaron rápidamente. El guardia regresó y entregó al emperador la carta y el frasco. Tras leerla, preguntó a sus siervos cuál era la montaña más cercana al cielo, y le hablaron sobre la gran montala de la provincia de Suruga, de la cual se creía que era el lugar más próximo al cielo. El emperador ordenó que se llevase la carta a la cima de la montaña y se quemase, con la esperanza de que su mensaje llegara a la princesa. También ordenó quemar el frasco del elixir de la vida, ya que de nada serviría vivir eternamente si no iba a volver a ver a la bella joven de la luna. La leyenda cuenta que la palabra inmortalidad (不死, Fuji) se convirtió en el nombre de la montaña, siendo bautizada como Monte Fuji. También se cuenta que los kanji de la montaña (富士山) proceden de aquella marcha en la cual los soldados del emperador ascendían la montaña para llevar a cabo su deseo. Se dice que el humo de la quema de aquella carta todavía se eleva hacia los cielos.
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