Tras leer y oír muchos argumentos a favor y en contra de la distribución sin permiso de contenidos con derechos de propiedad intelectual, me encontré con un artículo del humorista y actor Berto Romero que me resultó muy convincente. La parte del texto que más me convenció contiene la idea de que lo hemos convertido en algo normal. No sólo nos hemos acostumbrado a verlo como algo corriente, sino que también nos hemos convertido en usuarios de algo que, inicialmente, se consideraba un delito en toda regla. Debemos tener también en cuenta que es el mensaje de una persona que crea contenidos audiovisuales sujetos a este tipo de derechos, lo cual le convierte en parte afectada y a la vez espectador de primera fila.
Después de ver cómo alguien que sabe lo que implica vivir de la propia creatividad afirma al mismo tiempo ser parte de los usuarios que descargan contenido sin autorización me hice muchas preguntas sin encontrar, en muchos casos, respuesta alguna. Unos criminalizan a los usuarios y otros intentan justificar el disfrute de un contenido por el que no han pagado y cuyo valor, en ocasiones, desconocen.
En medio de una situación tan compleja que algunos quieren simplificar con una frase o un poster motivacional, los consumidores de manga y anime nos encontramos con el fenómeno fansub. Los fansub han supuesto la difusión de muchas series que, de otra manera, no habrían visto la luz en España. A pesar de la disparidad de resultados, sí que cabe decir que hay quienes muestran un conocimiento considerable de la materia. Si uno busca lo suficiente puede encontrarse con ejemplos muy dignos de un trabajo bien hecho. ¿Por qué entonces el título de este artículo? Porque, de la misma manera, se ha defendido el fenómeno fansub como la salvación del anime y se han esgrimido argumentos a favor de esta práctica criticando el papel de las distribuidoras oficiales, acusadas en muchas ocasiones de perjudicar a las propias obras.
En este punto es recomendable recordar que las compañías que distribuyen anime son eso, empresas. La razón por la que cobran por sus productos es simple y llanamente que es lo que hace la gente para ganarse la vida. Independientemente de que sus miembros sean aficionados o no al anime, su trabajo consiste en invertir dinero inicialmente para poder distribuir contenidos legalmente porque así, amigos, es como funciona el mundo de los adultos.
Hay quien considera también que los fansubers convierten algunas series en obras muy populares fuera de Japón. Esto es cierto, pero también es un argumento con un doble fondo muy oscuro. Cuando alguien quiere hacer publicidad de algo, ofrece una muestra, no el contenido completo por el que luego se quiere cobrar. Haciendo que una serie sea muy conocida en un país antes siquiera que una distribuidora se interese por ella se consigue lo que Manu Guerrero comentó hace tiempo en una entrevista a Radio Ramen. Según su afirmación, se ha llegado a un punto en el que las series parecen muy antiguas incluso poco después de haber aparecido en Japón, lo cual corre en contra tanto de las empresas como de los propìos aficionados, quienes nos hemos acostumbrado a tener todo el material en seguida y sin llegar a veces a digerirlo bien.
Las distribuidoras toman decisiones que, en ocasiones nos pueden parecer erróneas, pero desde luego nadie puede negar que juegan limpio desde el principio. En resumen, quizá los propios fansub sean responsables en parte de que una serie no llegue a un país en el que cualquier cliente potencial ha disfrutado de ese contenido de manera gratuita.
Otro asunto que suele tratarse injustamente es el de los traductores. Normalmente se defienden las traducciones de un fansub comparándolas con las de un profesional. El primer error que se comete en estos casos es pensar que un traductor sólo es una persona que conoce dos idiomas y que pasa de uno a otro automáticamente. Sobre traducción hay mucha teoría escrita, mucha disciplina y muchas cosas que aprender, por las buenas o por las malas. De hecho, desde el mismo momento en que el ser humano empezó a encontrarse con miembros de su especie que hablaban otros idiomas, la correspondencia entre lenguas empezó a ser interesante. Como ejemplos podemos señalar la Piedra Rosetta o las traducciones de La Biblia. Tenemos pues, una disciplina en sí que puede ser estudiada y en la que uno puede especializarse académicamente tras años de duro trabajo.
Traducir implica, entre otras cosas, tomar decisiones, buscar la manera de no alterar el mensaje original y evitar caer en la trampa fácil de trabajar de manera mecánica. Esto no implica que lo que hace un aficionado tenga que estar necesariamente mal, pero de ninguna manera puede compararse al resultado de una persona que se ha preparado y que sigue en constante aprendizaje para desempeñar su labor con la mayor eficiencia posible.
Es difícil juzgar una traducción, pero podemos hacernos una idea de los puntos principales en los que puede flaquear. Tratar de buscar una correspondencia exacta entre lenguas, como caer en la trampa de identificar términos que suenan de forma similar pero con distinto significado (los conocidos false friends) o no tener en cuenta las diferencias entre culturas y esperar que el lector tenga un amplio conocimiento de la historia y la sociedad en la que se desarrolla la trama original. Todo esto son consecuencias de una falta de formación muy común entre quienes no tratan con seriedad esta profesión.
En el caso de los fansubs hay que destacar que, además, en muchas ocasiones las traducciones al castellano se realizan desde fansubs en inglés, lo cual corrompe siempre el resultado final. Por muy peligroso que sea generalizar, en este caso se puede afirmar categóricamente que este tipo de actitudes perjudican, sin excepción, el producto.
Por último quiero hacer una proposición. Normalmente la gente que reniega del trabajo de los profesionales de la distribución no hace lo mismo con el resto de profesiones. Es decir, ¿por qué no prescindimos también de los estudios de animación? ¿No sería mejor recurrir única y exclusivamente a obras animadas por fans? ¿No deberíamos también ignorar a los autores que se han ganado la vida vendiendo sus obras y seguir sólo obras de quienes hacen esto por amor al arte? Si el trabajo de editor o distribuidor lo puede hacer cualquiera, ¿por qué no vemos en los salones cosplays de personajes de mangas no profesionales? ¿No deberíamos dejar de ser puristas en eso también? No nos engañemos, prescindimos sólo de las profesiones que nos acaban costando dinero, o que retrasan el momento de empezar a ver un anime. Que se haya estigmatizado una práctica común y, hasta cierto punto, entendible, no implica que sea algo legal ni inocuo para la propia industria.
Como todo en esta vida, los fansubs tienen sus pros y sus contras, pero es innegable que los argumentos más favorables a esta práctica son meras excusas. Los autores, estudios de animación, actores de doblaje y demás implicados viven de su trabajo. Las distribuidoras de cada país, que también son empresas y por lo tanto dan empleo, ofrecen el material de manera legal y con la posibilidad de disfrutar del audio original subtitulado. Si el mérito de un fansuber es ponerle colores a las letras y que el opening señale la letra de la canción a modo de karaoke, quizá no sean ellos los verdaderos héroes de esta historia.
Nos leemos en Twitter: @SantiRobles
Este artículo representa la opinión de su autor, sin que sea necesariamente compartida por el resto de miembros de Ramen Para Dos.
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