El pasado 2020, el periódico ABC dedicó una columna de opinión a Hatsune Miku, el vocaloid desarrollado por la empresa Crypton Future Media y representado por la personificación antropomórfica de una adolescente con pelo azul de 16 años. Como cualquier opinión desde la barrera, presenta una serie de perniciosos prejuicios causados por un desconocimiento visceral que deja entreverse en el propio subtítulo.
Este texto bien podría rebatir sus argumentaciones, pero no tomaremos ese sendero. En su lugar vamos a comprender vocaloid, conocer los entresijos que impulsan su popularidad y versatilidad entre artistas de todo el mundo. Vamos a sumergirnos en la cultura nipona y rescatar de sus rasgos intrínsecos las claves de su éxito. Y, por último, vamos a aprender a conocer antes de promulgar.
Y, para ello, empezaremos por la base: la manifestación cultural japonesa que haría famosa a una cantante nacida dentro de dígitos.
Idols y código
Bien es cierto que una gran parte de la población japonesa consume fenómeno idol. La elección del término “consumir” no es fruto del azar. Se trata, para bien o para mal, de un producto más de esta capitalizada sociedad. En imposible no aludir a Idols: The Image of Desire in Japanese Consumer Capitalism, capítulo perteneciente al ensayo Idols and Celebrity in Japanese Media Culture donde se pone de manifiesto cómo la idol construye una imagen configurada con el objetivo de convertirse en el objeto deseante, siempre ubicada en un plano cercano al espectador, y casi alcanzable. En pocas palabras, la idol es una ficción que tiene efectos y afectos muy reales. Esto no es confusión sobre la distinción entre ficción y realidad, sino más bien valorar la ficción como tal.
Esta configuración favorece el interés de un espectador implicado con la enunciada ficción y obedeciendo a una industria que construye el objeto deseante. Siguiendo unos criterios semejantes a la industria publicitaria, donde el producto para el comprador, no es una opción, sino una necesidad nacida de un deseo concreto.
El fenómeno idol construye distintas personalidades para las artistas que lo componen. En este sentido es inevitable recordar el film de Satoshi Kon, Perfect Blue, donde puede apreciarse esta dicotomía entre la personalidad real de la artista y la personalidad creada por sus productores, acabando en una suerte de trastorno de identidad disociativo en la frágil mente de la joven. La actitud artificial del artista supone un producto que ostenta un valor comparable a su arte.
En cambio vocaloid rompe, en cierto modo, con el concepto de idol. Es decir, Hatsune Miku es una artista virtual cuyo cuerpo y voz nace del propio fan, sin ningún ánimo de lucro en el proceso, simplemente como herramienta de expresión creativa. Se trata, en sí, de un fenómeno participativo.
Voz desde la máquina
Dichos fanáticos, a su vez, desarrollaron identidades y personalidades a raíz del timbre de la voz. Para estas creaciones, incluso llegaron a establecer parentescos entre ellas, creando un marco de relaciones cada vez mayor. Y es que la voz es capaz de moldear al sujeto, crearle una personalidad, otorgarle carisma. En términos simples, el sujeto puede someterse a la voz. En el caso que nos ocupa, nuevamente es la voz quien crea un carisma y una personalidad que los fanáticos son capaces de construir en un cuerpo virtual.
Hay voces, con ciertas características, timbres, cadencias y tonos. Negar esto sería negar cualquier diferencia entre cantantes. Del mismo modo, en vocaloid cada personaje tiene una voz claramente diferenciada. Cada voz, obedeciendo estas características sonoras, construye un vocaloid diferente.
Instrumentos de la nueva era
Vocaloid es una herramienta, un instrumento posthumano. Un instrumento en absoluto convencional, el cual es imposible ubicarlo en la famosa división familiar instrumental (cuerda, viento y percusión): el instrumento es la voz. Una voz que, dada su naturaleza artificial, debería parecernos inerte y extraña. Con el paso de los años, dicha voz tuvo un cuerpo creado por sus imaginativos seguidores. Posteriormente, fue seguida por más voces y, por tanto, más cuerpos.
Distintas cosas llaman poderosamente la atención sobre este fenómeno. La primera resulta evidente: ¿qué hay del producto musical? Obviamente, es creación de los fans. Canciones tan populares como World is Mine (2008), Love is War (2008), Matryoska (2010), etc., son creaciones de ingeniosos compositores. ¿Quiénes son? La respuesta es simple y, al mismo tiempo, desconcertante. Son nombres (o simplemente alias) que aparecen al final de dichos videoclips. Resulta casi imposible dar con ellos, pues no buscan reconocimiento, se limitan a mover los hilos del ente virtual, pues esta es su voz. Actúan como compositores, coreógrafos y músicos.
Entendemos esto como un intercambio entre el fan y el vocaloid. Quizás, con un ejemplo sea más sencillo de comprender. Las puntas callosas del guitarrista solo pueden entenderse como resultado de un prolongado intercambio entre dedos y cuerdas que permiten que el instrumento se pueda tocar. En ese proceso de transferencia entre vocaloid y el sujeto, el ente virtual adquiere actitudes humanas (como la necesidad de un cuerpo) debido a este intercambio. De esta manera, ambos se complementan para ejecutar la obra.
Por otro lado, vocaloid no es en su totalidad una canción, es una historia que puede contemplarse en su videoclip y letra. Es una narrativa que tiene la misma presencia que la intervención de la idol virtual. En ocasiones, dichas narrativas hablan de sentimientos, por lo cual las narraciones se convierten en relatos abstractos, las imágenes recurren a formas extrañas y escenas bizarras que, sin una letra, serían imposible de comprender.
Es en estas canciones donde entra la participación del espectador, que se ubica al otro lado de la rígida barrera lingüista, donde encontramos el siguiente factor particular: el espectador ajeno al japonés, haciendo uso del ritmo y las imágenes, construye una historia (que no tiene necesariamente que corresponderse con la realidad) y la expone en la caja de comentarios de la página web donde el videoclip está disponible. Y así, la caja de comentarios se convierte en un cajón desastre de decenas de interpretaciones que tratan de dar explicación a la narrativa de la pieza.
Rompiendo los límites
La figura de Hatsune Miku es virtual y en sus numerosos conciertos a lo largo del mundo su representación siempre ha sido mediante un holograma. El fenómeno fan puede substraer ciertos elementos del plano ficticio: pueden tratar de emular la vestimenta y caracterización mediante el cosplay o realizar covers de sus canciones favoritas. Pero en todo momento se tiene constancia de la naturaleza ficticia de la figura.
Y es aquí donde, mediante un ejemplo, es necesario comprobar dónde subyace el límite, la imposibilidad de imitación, algo que únicamente es capaz de realizar una identidad virtual: la canción The Disappearance of Hatsune Miku. En esta canción encontramos a Miku reflexionando sobre su propia naturaleza digital, posicionándose en el término medio de ausencia y presencia. Una entidad que, en definitiva, puede ser enviada a la papelera de reciclaje del ordenador en cualquier minuto. 240 beats por minuto refuerzan la reflexión: a pesar de que muchos lo han intentado, es humanamente imposible cantar algo así. Eso es algo que únicamente puede hacer ella, una entidad digital.
Ella nunca canta desafinada, ni olvida las letras de sus canciones, puede actuar en muchos lugares diferentes a la vez y, a diferencia de sus contrapartes de carne y hueso, nunca será fotografiada ‘in fraganti’. En este sentido, es el objeto digital ideal, un avatar que puede responder a las fantasías controladoras como del sistema jimusho en general (el estricto sistema que se encarga de fichar, entrenar y promover idols en Japón).
Sakiko Fujita es la artista que presta su voz a Hatsune Miku. Pero, en ningún momento, el espectador llega a asociarla con la misma. Vocaloid supone un curioso caso donde la voz se ha transformado en una herramienta capitalizada. Ahora existe en el mundo virtual como un ente independiente.
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