Comprender los entresijos culturales de un país, no es una tarea sencilla. Supone romper con todo lo conocido desde nuestra propia identidad cultural, a veces chocando con nuestros propios estándares. Más si observamos, y quizás juzgamos, con los ojos actuales la historia del pasado y en una lengua que se adapta a nuestra concepción. Por ejemplo, una comparación sirviéndose con la terminología empleada en el país de origen del observador podría contaminar la perspectiva sobre la civilización en cuestión. Y, en un lado diametralmente opuesto, contemplar una nación buscando sus rasgos exóticos y extraordinarios puede desembocar en la estereotipación más absoluta de su sociedad.
Quizás por eso Bushido, el alma de Japón, publicado originalmente en 1905 y con orientación al público angloparlante, captó a tantos lectores: porque analizaba con orgullo la venerada y casi sacralizada imagen oriental del samurái, bajo un prisma occidental.
Hay que entender que cuando trasladamos conceptos de una lengua a otra, a veces necesitamos adaptarlos para hacerlos más comprensibles en la lengua de destino, perdiendo parte de su significado en su concepto de origen. Al tiempo que cuando se busca la edulcoración de una nación, por motivos políticos, económicos, religiosos o sociales, buscando sus rasgos exóticos y extraordinarios, puede desembocar en la estereotipación más absoluta de su sociedad.
Esto parece que sucede bajo la mirada del autor, mientras que, por otro lado, el contexto de la obra resulta muy interesante por los cambios que atravesaba el archipiélago nipón a toda velocidad en una búsqueda constante por adaptarse a los estándares internacionales.
La pluma sobre la espada
Inazō Nitobe, autor del documento, nació en Mutsu, actual prefectura de Iwate en 1862. Desde joven, Nitobe asentó las tradiciones troncales del archipiélago y se embriagó en el Yamato Damashii, es decir, el espíritu del antiguo Japón. Esta inmersión vino propiciada por un padre que sirvió al daimyō local del clan Nanbu, casta afianzada en la coetánea prefectura de Yamanashi.
La sangre es más espesa que el agua y, en el caso de aquel joven Nitobe, por sus venas corría un insigne linaje. Su bisabuelo fue Nitobe Tsutō, un reconocido samurái de Morioka, capital de Iwate, durante el crepúsculo de la era Edo. Más allá de su pericia con la espada, también fue un erudito de las artes marciales y un inteligente estratega militar.
Dados los antecedentes, es natural que practicase diversas artes marciales durante la infancia, comprendiendo las técnicas del kenjutsu, jiujitsu y sōjutsu. Pero nada permanece inalterable y Japón buscó los vientos del cambio.
En 1868, tan solo seis años después de su nacimiento, da inicio la llamada Restauración Meiji, un periodo en el cual el país sufre un cambio en su estructura social y política, que tendrá consecuencias inmediatas en el ámbito económico y cultural, abriéndose a Occidente y logrando insertarse en la dinámica internacional.
Fue un arma de doble filo. Por un lado, Japón lograría obtener beneficios que se traducirían en la construcción de una poderosa nación frente a sus vecinos asiáticos. Pero aparecieron una serie de contradicciones que afectaban al seno de su sociedad, generando disputas ideológicas entre aquellos que acogían con entusiasmo las propuestas Occidentales, abrazando el cambio político, económico y cultural, y aquellos que contemplaban la injerencia externa como una amenaza a sus tradicionales instituciones y modos de vida.
No es de extrañar. La apertura de un país con una marcada tendencia chovinista siempre desemboca en conflictos internos. Algunos lograron adaptarse a los nuevos tiempos y aquellos que quedaron atrás desaparecieron entre las mareas del tiempo. Inazō Nitobe fue de los primeros.
En 1883 entra en la Universidad Imperial de Tokio para estudiar economía y literatura inglesa. Sin embargo, los estudios ofrecidos por la capital eran propios de una institución neonata y, ansioso de conocimiento, viajó a Estados Unidos. Finalmente, lograría estudiar ciencia política y economía en la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore.
Podríamos pasarnos unos cuantos párrafos describiendo la ascendencia de Nitobe entre la comunidad intelectual y su pertenencia a diversas instituciones letradas estadounidenses, pero, ni la reseña quiere ser un texto biográfico, ni el redactor tiene ganas de seguir ojeando su jardín conmemorativo, por tanto quedémonos con esto: Inazō Nitobe nació durante un periodo donde su entorno se vio cuestionado por la presencia internacional y, más allá de adoptar una postura conservadora, buscó levantar un puente entre Japón y Estados Unidos mediante su trabajo.
El viejo Japón
Leer Bushido, el alma de Japón ha sido una experiencia extraña. A lo largo de sus páginas, el autor describe el código moral y ético que un samurái debía seguir. Estos principios nunca fueron escritos; cuanto más han corrido de boca en boca o han sido descritos por algún guerrero o erudito. Era, por así decirlo, una enseñanza intangible que habitaba en el inconsciente colectivo de la población y la empujaba a la rectitud.
Por supuesto, no hay precepto sin antecedente y, en el caso de la nación nipona, el Bushido germina gracias al perfecto caldo de cultivo que supone el confucianismo, el sintoísmo y el budismo zen. Estas doctrinas, más que inferir un aura religiosa, otorgaban al samurái un carácter patriótico y leal. Nitobe describe anécdotas donde la honra trasciende la integridad física y familiar del guerrero.
En nombre del honor, el samurái estaba dispuesto al último sacrificio, manteniendo, en todo momento, un rígido temple a pesar de las implacables circunstancias. De esta forma, se crea un orientalismo del texto, en conjunción a las imágenes arquetípicas e idealizadas que pueblan la concepción Occidental, elaborando una mitología sobre un guerrero alexitímico y venerado por su férreo servicio hacia su señor.
Esta suerte de idealización es la que me ha extrañado. El ensayo de Inazō Nitobe, aunque elocuente, oscila entre la fidelidad histórica y la retrospectiva idílica de un pasado distorsionado. Esta perspectiva romantizada, junto a diversos conceptos empleados por Nitobe, pueden arquear la ceja del lector y es bastante peligrosa.
Me explico. El erudito repite constantemente conceptos que recaen el eurocentrismo. Por ejemplo, cataloga como Edad Media el periodo feudal japonés. Esta decisión carece de sentido cuando entendemos que el medievo se ajusta al período histórico de la civilización europea comprendido entre los siglos V y XV. Así, el autor desplaza la división temporal estructurada por periodos e impone una distribución europea sobre la historia de su propio país.
Esta decisión debatible no es la única. La comparación de Nitobe de la caballería europea y nipona no deja de resultar, cuanto menos, rebuscada y, si atendemos a la lealtad y honra que manifiesta en Bushido. El alma de Japón, idealiza un periodo donde la traición a favor de la ambición personal estaba a la orden del día en ambas culturas. Aunque iguales en el fondo, la nobleza guerrera europea y la japonesa no eran en absoluto iguales en las formas. Es decir, ambas nacen de la misma forma y motivos: tras descubrir que tenían la fuerza suficiente, podían gobernar y se lanzaron a luchar por el poder, tratando de mantenerlo y expandirlo a posteriori. Pero esto se aplica a cualquier nobleza guerrera, no únicamente a estas dos.
Podría disparar el siguiente cartucho sobre un honor que nunca existió para los samuráis anteriores al siglo XVII, quienes obtenían la reputación como guerreros mediante la victoria en el campo de batalla, sin importar cómo se hubiese conseguido, pero vamos a dejarlo estar porque el análisis se haría eterno y no queremos eso.
Justificando al autor, quizás Nitobe utilizaba términos familiares para sus lectores objetivos y desplazó la nomenclatura nipona a favor de la accesibilidad del texto. Aunque no apoyo esta decisión (la comprensión transnacional debería obtenerse asimilando el contexto histórico y sociocultural depurado del país en cuestión), puedo entenderla.
Sin embargo, y antes de detenernos en la deliciosa edición que ha realizado Satori para la ocasión, voy a sugerir lo que es, en mi opinión, el motivo que empuja las decisiones de Inazō Nitobe.
La influencia del japonismo
Entendemos el japonismo como un proceso históricamente ubicado entre la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Supone una tendencia que toma como referencia el exotismo y extravagancia nipona para expandirla entre la cultura burguesa decimonónica.
A pesar de todo, su influencia logró transcender el entorno palaciego y alcanzó todos los ángulos de la sociedad finisecular: el arte, la decoración, la literatura, el diseño, la moda, los espectáculos y la publicidad.
Respecto a este último, no se puede entender el japonismo sin la publicidad, donde una gran cantidad de empresas se sirvieron del atrayente exotismo oriental para diseñar su imagen de marca. Incluyendo elementos como samuráis, flores de loto y, mayormente, mujeres ataviadas con los atuendos típicos de las geishas. Es un estilo artístico de especial gusto por el colorismo, la delicadeza del dibujo y la exploración de distintas ambientaciones exóticas.
La cartelería de aquella época exhibía parajes lejanos y desconocidos, formas delicadas y atrayentes por su rareza, pintorescos rituales que chocaban con las nociones preconcebidas del espectador. En resumen, el japonismo supone un cóctel de bellas y exóticas imágenes estereotípicas que se acopla a la percepción de su público contemporáneo. Postales, en lugar de fotografías.
Bushido, el alma de Japón no revierte esa prototípica concepción, todo lo contrario, disfruta jugueteando con formas japonistas y prolonga sus rasgos inusuales. Si echamos la vista atrás, tendremos el puzle al completo: el libro, destinado a un público inglés ensimismado por las peculiaridades niponas, satisfacía el apetito de aquellos lectores que buscaban sumergirse en las imágenes provenientes del lejano país del Sol Naciente.
Es un texto repleto de anécdotas sobre valientes samuráis, sacrificios para salvaguardar el bienestar del señor feudal y guerreros que nunca echaban la vista atrás, manteniendo siempre la mirada en el campo de batalla. En conclusión, relatos sobre la devaluación de la vida en comparación al honor. Por ende, quiero hacer entender que el problema llega cuando el autor no separa el hecho histórico de la leyenda, buscando sorprender y satisfacer a un lector que adquiría el libro con ciertos principios distorsionados del Japón feudal. Y es que, ensalzar las virtudes de un pasado que nunca existió, como resolvería la propia historia poco después, es peligroso.
Las virtudes del bunko-ban
La edición que ha preparado Satori para su colección de Esenciales es una preciosidad. Su conveniente diseño, caracterizado por unas dimensiones de 105 x 148 mm, consigue que el libro pueda acoplarse con facilidad en mochilas y bolsos. Sus resistentes páginas adelantan su capacidad para salir ilesas de cualquier trayecto. A pesar del tamaño, la letra respeta el formato original y no desagrada a la vista.
El mimo puede notarse en los diversos detalles que alberga una cubierta y sobrecubierta que, con pocas pinceladas, logra destacar en cualquier librería. Su interior está repleto de notas a pie de página para contextualizar ciertas afirmaciones que realiza el autor. Actualmente su precio es de 13,00€ y, si lo comparamos con los 19,00€ que cuesta su edición original, considero que se trata de un precio bastante competente.
Conclusión
Quizás haya sonado extremadamente negativo con el texto, pero no por ello he dejado de disfrutarlo. Se trata de una lectura amena, repleta de relatos cautivadores y de interesantes reflexiones. No considero que sea adecuado para comprender la sociedad japonesa actual (de hecho, si deseáis profundizar en ella os recomiendo el divertido Estupor y temblores, de Amélie Nothomb) o las entretelas de su historia, pero sí para realizar una primera zambullida en los mecanismos de su cultura.
Bushido, el alma de Japón fue, y seguirá siendo, atrayente, porque si algo le fascina al ser humano es dejarse llevar por los retazos de un pasado distante y soñar melancólicamente con aquellos que vivieron tiempos que jamás llegará a contemplar.
Lo mejor
- La encantadora edición, en conjunción con su ajustado precio, convierten a la colección de Esenciales en la mejor opción de compra.
- Las múltiples notas a pie de páginas agilizan la comprensión del texto.
- Supone una lectura amena y entretenida.
Lo peor
- No creo que sea la mejor opción para comprender la cultura japonesa.
- Una división entre lo fantástico y lo histórico hubiera elaborado un texto más coherente a la intención inicial del autor.
- La falta de profundidad en conceptos clave como la piedad filial me resulta incomprensible.
Bushido. El alma de Japón (Esenciales Satori)
Editorial: Satori Ediciones
Formato: Formato japonés bunkoban
Tomos: (Finalizada)
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