Cantantes, actrices, modelos… En definitiva, las aspiraciones del imaginario colectivo que se alzan como nuevos dioses, pero que no dejan de ser representaciones de un mundo alejado de sus problemas y conflictos. Fantasías, sueños, falsas realidades donde todo es perfecto: los idols son perfectos.
Más allá de lo que son, lo relevante es que conforman modelos de comportamiento y constituyen los ideales de belleza del momento. Al fin y al cabo, los idols son mediadores de significado de nuestra sociedad: la definen y nos definen.
Kilari no deja de ser una obra de ficción, pero también nos muestra una realidad muy común y una serie de aspiraciones sociales totalmente aceptadas. Y, de hecho, la obra plasma correctamente la cultura kawaii: lo delicado, lo precioso, lo “mono”, ya que es imposible separar dicho concepto de los idols japoneses. Como tampoco es factible separarlo del sentir adolescente, ya que, originalmente, los idols son jóvenes y, por tanto, ideales de belleza (y de sexualidad).
Bien es cierto, que, como todo en la vida, los idols han sufrido evoluciones. Desde su “aparición” en los años 70 hasta la actualidad han ido desfilando no sólo chicos y chicas “extraordinarios”, sino también una forma de ver la propia trayectoria social, económica y cultural de Japón. Estudiar a los idols es estudiar la historia reciente de Japón y la influencia de los medios de comunicación.
Como apunta Héctor García (Kirai), en su imprescindible Un Geek en Japón, el “boom económico conocido como Izanagi” entre 1965 y 1970 propició un extraordinario crecimiento de la economía, que en la década de los 70 continuó de forma más moderada. Todo ello se tradujo en un mayor poder adquisitivo, en general. Se estaba preparando el camino a una nueva y rica generación cuyo idol más representativo fue Momoe Yamaguchi.
Sin embargo, la década de lo 80 -con el segundo fenómeno económico que catapultó a Japón a la cima del mundo, conocido como Heisei- fue la era más dulce de la cultura idol. Auténticos reyes (y reinas) del panorama sonoro nipón que los medios de comunicación explotaron a gusto. Cantantes y más cantantes (algunos de vida efímera) se daban a conocer y la sociedad los adoraba. El personaje “cercano y cotidiano” creado tanto por las discográficas como por los managers y potenciado por los medios dio en el clavo.
Así, empezó una carrera por el coleccionismo y la captación de información que explicara más la vida “real” del idol. Lo cercano y lo idealizado. Lo sagrado y lo profano. Una mezcla genial. Sin embargo, también empezó a notarse que los idols eran remplazados con gran rapidez: empezaba la cultura de la fama, no importa la persona sino el propio concepto de idol, sea cual sea su nombre.
En la década de los 90 -y en los años que la siguieron- el concepto evolucionó, se transformó. El abanico de posibilidades idols se extendió y fueron saltando a la actualidad categorías y más categorías, así como mutaciones varias. La crisis del modelo económico japonés de los 90, la influencia de occidente, la madurez musical, la aparición de nuevas tribus urbanas, las nuevas tecnologías y otros factores, provocaron que se hablara del final de los idols. Nada más lejos de la realidad, ya que simplemente se había pasado a un nuevo estadio, a un nuevo escalón.
Esta nueva generación (Ayumi Hamasaki, Namie Amuro, Morning Musume …) no deja de ser una transformación de esta misma cultura que tiene su razón de ser en aspiraciones sociales, modelos de conducta y de belleza y de una gran presencia en los medios de comunicación. De hecho, sin los medios de comunicación nunca habría habido idols.
Placer adolescente
An Nakahara disfruta de las mieles del éxito y eso no se lo quita nadie. Kilari ha sido todo un pelotazo, un éxito indiscutible en Japón. La historia de la “zampatodo” Kilari y su cruzada para convertirse en una idol no deja de resultar paradójica, ya que mientras Nakahara parece mostrarnos a una adolescente fuera de lo común, reivindicando cierta originalidad, la realidad es otra y cae por su propio peso. Al final, no deja de ser una historia más (y no lo digo de forma negativa, ni mucho menos) de aspiraciones y sueños adolescentes. Que, por otra parte, resulta completamente natural y le va como anillo al dedo a este relato de shojo manga.
La protagonista, lejos de apartarse de los cánones de belleza establecidos (o deseados), es definitivamente todo un paradigma de lo kawaii: linda, preciosa, monísima. Parece más un ideal que un personaje en sí mismo. No obstante, Nakahara también nos muestra la cotidianeidad, la dificultad y los “problemas” que tendrá que solventar Kilari para llegar a ser una idol de forma distendida y divertida. Este punto de cercanía con el personaje es básico para construir y fortalecer una buena identificación. Rápidamente, se crea una empatía con esta chica obstinada y decidida; una empatía que se entiende si eres una joven adolescente, ya que, por ejemplo, al lector masculino más adulto le resultará una lectura sin interés alguno.
Siguiendo muchos de los esquemas del shojo manga, el desencadenante del conflicto del personaje principal es el amor. Motor indiscutible de muchas historias, que aquí es clave para entender la transformación de Kilari y su sueño. Aunque quizás más que el amor, que también está idealizado, es la voluntad de tener novio, con el significado social que esto posee. Así, Kilari decide cambiar su mundo para conquistar a su amado. No es pasiva: el personaje femenino toma las riendas y no espera que el hombre lo haga todo. No obstante, se respira un discurso que se aleja de un perfil femenino más independiente y seguro. Ese perfil que primero se centra en su realización personal/profesional, y luego en el amor/figura masculina.
Tanto el estilo visual como los recursos que utiliza Nakahara son de manual shojo, y no lo esconde: deformaciones caricaturescas para mostrar estados de ánimo, interés o placer; fragmentación de las viñetas; abusos de insertos y “planos detalles” para crear un ritmo más dinámico; elementos gráficos para enfatizar los deseos o ideales de belleza como estrellitas y reflejos; diseños femeninos que parecen más bien “muñequitas” o niñas; etc.
Planeta DeAgostini Cómics empezó a publicar este manga en formato tomo en 2008 modificando el título original Kirarin Revolution. Nada más especial que apuntar, salvo que la calidad del papel deja algo que desear, como es común en las ediciones económicas de esta editorial, y que se han mantenido los comentarios de la propia autora sobre las razones que la llevaron a dibujar este manga, así como curiosidades relacionadas con la protagonista y el mundo idol.
Lo Mejor: El placer de disfrutar una comedia romántica con la única intención de entretener y mostrar la cultura idol.
Lo Peor: Puede resultar ingenuo, infantil y muy focalizado a jóvenes adolescentes.
Ficha Técnica
Título Original: Kirarin Revolution
Guión: An Nakahara
Dibujo: An Nakahara
Editorial Japonesa: Shogakukan
Editorial Española: Planeta DeAgostini Cómics
Precio: 5,95 Euros
Formato Tomo: C6 (114×162)
Nº de Tomos en Japonés: 11 (serie abierta)
Nº de Tomos en Castellano: 11 (serie abierta)
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