Afortunadamente, tras la Segunda Guerra Mundial las actividades siniestras cesaron y la isla se convirtió en una de las atracciones turísticas más queridas. La razón no es otra que su población de aproximadamente 700 conejos salvajes que habitan a lo largo de esta isla con un perímetro costero de apenas 4,3 km.
Los empleados de la isla afirman que los conejos son descendientes de los 8 animales que previamente vivieron en la escuela en una isla cercana y posteriormente fueron soltados en Okunoshima en los años 70. Esta historia choca con la leyenda urbana de que la población procede de los laboratorios de armas químicas.
A la isla se acude a bordo de los ferrys llenos de familias con niños que llevan lechuga y zanahorias para alimentar a las criaturas. Los conejos, a pesar de vivir en la naturaleza, son totalmente mansos ya que siempre ha habido una ausencia de depredadores y se acercan a los visitantes en busca de comida – a veces en estampida, lo que puede resultar un poco inquietante.
Hay una serie de reglas a seguir por parte de las personas a la hora de tratar a los animales. Por ejemplo, se debe evitar alimentar a los conejos directamente de las palmas de las manos ya que los glotones pueden morder con sus dientes afilados y la herida puede infectarse. También se pide a los visitantes que no les cojan en brazos ni les persigan. Tampoco se puede entrar con canes, salvo perros guía.
La isla cuenta con un hotel y un camping al lado del mar para los que decidan pasar la noche, aunque sin la compañía de los conejos, que tienen prohibida la entrada. La mayoría de los animales permanecen precisamente en los campos verdes en los alrededores del hotel, donde cavan numerosos agujeros, así que los turistas deben tener cuidado donde pisan. Otra atracción turística son las vistas al mar interior desde la costa.
Fuente: RocketNews24
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