Ghost in the Shell nos lleva al año 2029, donde todo está basado en la red; los humanos viven en ambientes virtuales, vigilados por las fuerzas de la ley, que son capaces de descargarse en un poderoso mecha perseguidor del crimen.
El agente secreto definitivo del futuro no es humano, no tiene un cuerpo físico y puede viajar libremente por las grandes vías de información del mundo, hackeando y manipulando todo lo que sea necesario, cuando sea necesario.
La cinta animada de 1995 dirigida por Mamoru Oshii se convirtió en una referencia obligada del género cyberpunk en los medios audiovisuales bien sea por la calidad de su animación o por el enfoque que tomó la trama de Shirow (no muy centrada en los problemas culturales y éticos que creó en su obra) cosa que en manos de Oshii se diferenció notablemente.
Seria, trascendental, y con estilo narrativo propio, casi poético, y es que no hay ningún diálogo o imagen dejado al azar o que desmerezca atención por parte del espectador, que busque en él un asomo de conciencia. Pues si bien Ghost in the Shell deja en un primer visionado un sin número de ideas sueltas, es en la recolección de las mismas donde se encuentra su originalidad y belleza acompañada por una banda sonora sobria e inquietante que completa una fotografía oscura, pesumbrosa y acongojante.
Si bien su ambiente puede asemejarse a Blade Runner es innegable que Ghost in the Shell se aleja demasiado de toda idea sentimental y nos introduce a ese mundo de carácter virtual que pone en peligro no solo nuestra identidad como simples humanos, sino como absolutos individuos.
Por Maria «Isil»
Fuente: Animeción
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