Lo que mueve al ser humano son los objetivos. Las metas y la plenitud. Y no es de extrañar. Sumergido en una existencia en la que impera el caos y la incertidumbre, necesita aferrarse a un destino. Una razón que llene de ritmo y color la realidad sobria y lóbrega. Desafortunadamente, la felicidad es una presa escurridiza y siempre logra escapar del roce de nuestros dedos. El propósito no significa nada, tan solo un éxtasis momentáneo que nos conduce al vacío del comienzo.
Y es que quizás nos equivocamos. Quizás lo que nos justifica no se encuentre en el desenlace, sino en la senda que nos lleva hasta él. Un camino que circunscriba nuestra vida bajo una causa. Un itinerario al que volver la cabeza cuando hayamos alcanzado el umbral de la realización y sonreír. Por eso es tan necesario Samurai Champloo en la cultura pop contemporánea: por regalarnos una bella odisea que parte de un objetivo absurdo. Un sueño sobre la irracional búsqueda de una fragancia inexistente.
The sons of a Battlecry
Período Edo. Tras años de conflicto, Japón empieza a cerrar sus múltiples heridas. Sobre aquellos campos donde la sangre corría como arroyos de agua carmesí, ahora deambulan bestias con piel humana. Los bosques ocultan a jaurías de bandidos hambrientos mientras que las ciudades son gobernadas clandestinamente por grupos criminales organizados. Estos escenarios se propagan a través del archipiélago como pólvora encendida, dejando tras de sí nuevos episodios de miseria durante una época donde la paz pende de un hilo.
Sin embargo, esto no es un relato acerca del lado salvaje de la humanidad. Tampoco seremos testigos de la búsqueda de una honra cuyas llamas empiezan a flaquear. Estamos ante el retrato de los marginados. Aquellos que fueron triturados por las circunstancias y que tratan de reconstruir desde la ruina vestidos con harapos. Esta es la historia de dos espadachines sin dueño y una joven en búsqueda de un espejismo.
Uno de ellos, de aspecto deshilachado y con el pelo enmarañado como un perro abandonado, se hace llamar Mugen. Aunque parezca mezquino y despiadado, es hijo de su tiempo. El reflejo de un contexto donde los débiles perecían a manos de los fuertes. Guerras endulzadas bajo un honor inexistente donde la victoria justificaba cualquier medio. Los orígenes del guerrero son tan difusos como su moralidad. En combate actúa como un gallo acorralado, un huracán de movimientos impredecibles e improvisados. A lo largo de su camino prevalece un reguero de cadáveres cuyos nombres no le interesa recordar. Al fin y al cabo, el derecho a existir sólo pertenece a quien sea capaz de defenderlo.
El otro parece encarnar valores diametralmente opuestos. Jin es la otra cara de la moneda de una sociedad que se desvivía por la filantropía desinteresada. Crecido y educado bajo los rígidos códigos de su maestro, en batalla actúa de forma estoica y metódica. Tras evaluar las acciones de su oponente, se apoya sobre sus fortalezas y debilidades para emprender el contraataque. Es el avatar de la serenidad. Una carpa oculta en las profundidades de su charca a la espera de un pétalo que acaricie la superficie del agua.
Ambas figuras, símbolos de un yin y yang condenado al disentimiento, están encauzadas a un conflicto inevitable. El duelo estalla en la actual prefectura de Kanagawa, donde su pelea es comparable a dos fuerzas de la naturaleza chocando entre sí. A causa de sus delitos, son arrestados y castigados a pena capital. La ejecución tiene lugar al crepúsculo del día siguiente. Los últimos rayos de sol bañan la hoja del verdugo. Cuando el arma decapitadora está a punto de cortar el aire, ambos consiguen salvar la vida gracias a la intervención de Fuu.
Si Mugen y Jin son los brazos de una balanza oscilante, Fuu es el soporte. Ella es quien procura el equilibrio, siendo la pieza que conecta y sostiene al trío protagonista. Su personalidad risueña e inocente esconde una trágica biografía dominada por la soledad y el abandono. Aunque desprovista de cualquier arma, su verdadera fuerza reside en su poder de convicción y la fe ciega hacia sus creencias. Es por ello por lo que lo arriesgarlo todo con tal de proteger a aquellos que la ayudaran en su cometido.
A salvo de los guardias, los espadachines cruzan miradas. Los aires de la tempestad vuelven a agitarse. Fuu no piensa permitirlo y consigue mediar entre los combatientes: lanzará una moneda al aire; si sale cara, podrán quitarse la vida a placer, pero si sale cruz la batalla se postergará hasta que encuentren al samurái que huele a girasoles. El vuelo de la moneda se alarga durante segundos que parecen horas, hasta que finalmente los hados se pronuncian: cruz. Pero no hay tiempo para discutirlo, los vigilantes de la ciudad se han reagrupado y reanudan la persecución. El trío debe escapar o morir. Ya habrá tiempo para conversar, pues les aguarda una larga peregrinación por las tierras de los herederos de Sekigahara.
La narración es brillante. Aunque nos extenderemos en sus componentes más adelante, cabe mencionar que Shinichiro Watanabe perfiló lo aprendido durante la dirección de su magnum opus, Cowboy Bebop. Mientras que las aventuras de la tripulación de la nave Bebop procuraban definir las líneas de sus personajes al mismo tiempo que rendía tributo a diferentes referentes audiovisuales, su contraparte chanbara aprovecha la temática road trip y su ambientación para confeccionar un discurso atemporal e irónicamente contemporáneo.
At odds with the times in wards with no lords
Era Shōwa. El 1 de abril de 1945, a las 08:30 de la mañana, las tropas estadounidenses inician su ofensiva en Okinawa, la ínsula principal de la cadena de islas Ryūkyū. Dado su punto geoestratégico, este archipiélago suponía la puerta de entrada al país nipón. Las instrucciones de evacuación llegaron demasiado tarde. Los civiles que trataron de huir hacia el norte encontraron senderos custodiados, puentes destruidos y pueblos ocupados. La histeria arremolinó a los locales dejando a muchos la alternativa de quitarse la vida o enfrentar al invasor.
Mientras, los soldados japoneses, parapetados entre las casas okinawenses, trataban de contraatacar. La orden del alto mando estadounidense fue tajante: abrir fuego contra los hogares de la isla. Fue una masacre. Cifras oficiales barajan las 142.058 víctimas civiles. Vidas sesgadas por estar en el momento equivocado en el lugar equivocado. Tras 82 días de campaña, la batalla finaliza a favor del bando occidental. Luego de dejar un rastro de testimonios de dolor y pérdida, finalmente la invasión llega a su fin.
En algún lugar de este extenso territorio, una anciana reconstruye lo poco que queda de su hogar. Con los huesos frágiles como ramas secas, provee de piedras sus muros y de paja al techo. Para hacer más amena la tarea, y también ahogar sus suspiros de esfuerzo, empieza a cantar en el dialecto de la tierra que la vio nacer.
Bajo este contexto se escribe la canción Obokuri-Eeumi (おぼくり ええうみ) del episodio 14. Un segmento de la aventura que nos traslada a Okinawa, donde descubriremos el pasado del Mugen. Pero ¿por qué esta elección? ¿Quizás sea otra muestra de los identitarios rasgos estilísticos de la obra? La historia nos arroja la respuesta: porque no es la primera vez que las islas Ryukyu sufren a causa de injerencias externas. En 1609, el clan Shimazu conquistó lo que era hasta entonces un reino independiente. Aunque mantuvo cierta autonomía, el gobierno local fue perdiendo influencia hasta que en 1879 se anexionó a Japón.
Obokuri-Eeumi tiene una función doble en Samurai Champloo. La primera perpetúa sus cánones estéticos, mientras que la segunda tiene una labor narrativa: recordarnos la ciclicidad de la historia. Un absurdo perenne donde la magnificada guerra no es más que el estallido de una onda expansiva intangible que afecta a miles de inocentes.
Y es que la serie podría perderse entre la épica del enfrentamiento. Desenredarse a través de combates sucesivos mientras se lucha por una causa justa. Una trama maniqueísta apoyada por un melancólico pasado que nunca existió. Pero en lugar de eso, Shinichirō Watanabe va más allá y nos ofrece la otra cara del conflicto: la de una población que trata de sobrevivir a las decisiones de otros.
Una joven es coaccionada a prostituirse para pagar la deuda de su padre. La persecución hacia un grupo étnico indígena y su constante trato como criaturas deshumanizadas. Una madre ciega que se dedica al asesinato para proteger a su hijo. La matanza de cristianos a manos de soldados japoneses para salvaguardar la política aislacionista. Un adolescente que se dedica al latrocinio para pagar la medicación de su madre.
Todos estos ejemplos nos muestran las consecuencias de la violencia desde la óptica de los desfavorecidos. Este conjunto se adereza con el episodio 22, donde el guion pierde completamente la cabeza y transmite una retahíla de acontecimientos bizarros que finalizan con una atómica metáfora. Samurai Champloo podría sostenerse siendo un magnífico relato sobre el viaje y lo que implica compartirlo junto a un grupo de personajes dispares. Pero su telón de fondo antibélico logra trascender, jugando excelentemente con una serie de elementos deconstructores. Y es que, el espectador acostumbrado al frenesí de las producciones sobre samuráis se encontrará ante una producción que gira en torno a los miserables, marginados y pudientes. Un abanico de caracterizaciones que las producciones japonesas tratan de soterrar con los ecos distorsionados de una crónica edulcorada. Historia que en realidad es relato para disimular nuestros fracasos como especie.
My modus operandi is amalgam
Era Heisei. La industria del anime vive su segunda edad de oro. Samurai Champloo es concebido durante un periodo de sublimidad creativa donde diversos estilos convergen para engendrar producciones únicas. El equipo tras la obra recoge el testigo generacional y diseña una ambientación deliberadamente anacrónica y vanguardista.
Alejados del regio y solemne género chanbara, apostó por un escenario más gamberro, vulgar y, en ocasiones, punk (este último aspecto brilla con luz propia a lo largo del episodio 18 y su deliciosa connotación antisistema). Respecto a la animación, Manglobe sorprende con una calidad que logra mantener el ritmo durante toda la producción. Los movimientos, ágiles y fluidos, destacan en las batallas protagonizadas por Mugen. En estos instantes dominados por la acción sin tregua, somos testigos de una sucesión de fotogramas conducidos por la sinergia entre el break dance y un feroz torbellino de acero.
La fotografía dirigida con mano veterana nos regala estampas de un Japón azotado por vientos de cambio, llegando a ser por momentos mágico e ignoto. En cuanto a la cámara, ésta sabe cuándo centrarse en las facciones de los personajes, logrando encrudecer el fuego durante situaciones de máxima tensión. Además, las líneas de sus rostros se alargan y se deforman para hiperbolizar las emociones y diálogos. A propósito del diseño, este está extraordinariamente cuidado, con caracterizaciones capaces de afinar el contorno de los personajes y exponer sus veladas connotaciones.
Y, por último, tenemos un componente que termina de configurar su identidad: la música. Honestamente, este es el apartado del análisis que encuentro más complicado. No por la abstracción de este, sino por todo lo que ha significado para mí. No puedo ser objetivo. Es más, no pienso serlo. Una crítica debe ser parte del alma de quien la escribe, no un rígido prospecto. Compuesta por Nujabes, Force of Nature, Tsuchie, Fat Jon, Shin02 y MINMI, esta banda sonora nos acompaña durante toda la travesía. Con un total de cuatro álbumes, encontramos hip hop, acid jazz, jazz rap, trip hop y demás piezas experimentales. El propio opening profesa una perfecta armonía entre las reminiscencias ukiyo-e y el hip-hop desenfrenado y enajenado, adelantando la temática anacrónica de la serie. El ending sigue un compás adverso. En la intersección entre el pop y el rhythm and blues, Shiki No Uta es una balada que desglosa el reverso humano y sentimental. La pausada y cálida voz de Michiko Evwana envuelve al oyente y lo sume en un suave oleaje de sensaciones.
Había que hablar sobre Nujabes. Él es Samurai Champloo y viceversa. Su trabajo e influencia impregna cada recoveco sonoro del anime. Escuchar de nuevo sus temas ha sido como reencontrarme con un recuerdo que creía olvidado. Una nebulosa de calma y ritmo. Un delirio trascendental. Un trance eufónico. Una danza de colores tropicales. Su legado es imposible de definir con palabras, su talento y sencillez desbordan lo sonoro y se internan en el mismo espíritu evocando una vivencia mística. No volveremos a presenciar algo como Samurai Champloo y eso no hace sino darle aún más singularidad. Nujabes nunca nos terminará de abandonar. Siempre estará con nosotros porque, en realidad, nunca llegó a desaparecer de nuestra memoria.
He might be a peasant but shine like grand royality
Esta edición, todavía en stock, supone una oportunidad que todo fan de la serie no puede desperdiciar. La reconocida imagen promocional del anime reviste una generosa caja A4. Su interior alberga la serie completa en Bluray, deleitando al espectador con una escalada definición a 1080p y con un formato de pantalla 16:9. Además, incluye el doblaje castellano, catalán y japonés con subtítulos al castellano. El reparto de actores de doblaje es sobresaliente, contando con Óscar Muñoz y Eduard Itchart, quienes descifran y asimilan la psicología de Mugen y Jin a las mil maravillas.
Siguiendo con los extras, tenemos un ítem imprescindible: un libro de 92 páginas impreso a tamaño A4 que analiza el anime episodio a episodio, incluyendo entrevistas al staff e ilustradores. A su vez, también encontramos una colección de láminas exclusivas a todo color y una ilustración imantada a tamaño A5. Respecto a los bonus incluidos en los Blu-ray, podemos disfrutar de una ingente cantidad de material promocional junto a varias canciones de la banda sonora.
Todo a 79,99 €. Un precio bastante competente si consideramos la excelsa calidad de la edición. Por si fuera poco, suele gozar de suculentos descuentos ocasionales. Así que, si os interesa, pero no os la podéis permitir, os recomiendo estar atentos.
Shiki no uta
Y así acaba uno de los análisis más personales que haya escrito. Este anime es, sin lugar a duda, una de las producciones japonesas que más me ha acompañado durante mi vida. Es cautivadora, diversa y original. Un conjunto de 26 episodios con un precioso mensaje sobre los lazos que nos unen, los olvidados damnificados de la guerra y la importancia capital del arte.
Podría extenderme durante páginas y páginas. Analizar cada pequeño detalle y explicar todas sus lecturas. Pero por mucho que me explique, sería inútil. Samurai Champloo merece ser visionado, escuchado y, por encima de todo, sentido. Aunque trate de ponerlo en palabras sería tan vano como tratar de alcanzar una ilusión. Absurdo como la búsqueda de un aroma inexistente como el del girasol.
Lo mejor:
- Una ambientación única y profundamente carismática.
- El elenco de personajes y su desarrollo durante el viaje.
- La insuperable banda sonora.
- Su vuelta de tuerca a las trilladas épicas sobre samuráis.
Lo peor:
- El episodio recopilatorio.
- Su desenlace ha dividido durante años la opinión de la audiencia.
Samurai Champloo
Estudio: Manglobe
Año: 2004
Tipo: Serie TV animación
Duración:
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