Pese a todo, las grandes obras escapan a la fácil categorización, seguramente a causa de la complejidad intrínseca de la que disfrutan, cosa que hace difícil su etiquetaje dentro de un género determinado. Como bien sugiere Enrique Climent en su reseña de Gamerz Heaven, los géneros son una creación condicionada por factores que, muchas veces, no responden en absoluto a aspectos puramente estéticos o artísticos, con lo que fácilmente podemos darnos de bruces con la demagogia al hablar de ellos. Construcciones discursivas puramente conceptuales, los géneros parecen naturales a la esencia de cualquier obra artística susceptible de un análisis más o menos profundo. Pero, en realidad, parafraseando (y, seguramente, parodiando lo más respetuosamente posible) el primer principio de la termodinámica, podemos decir que los géneros se crean, se destruyen y, evidentemente, se transforman.
En los últimos años, hemos asistido a una espectacular transformación de los géneros artísticos, al menos tal y como los conocíamos antes del descoque de ese fabuloso hecho estético al que se decidió llamar postmodernismo. Ésta transformación, claro, afectó también al manga, y de la misma manera que el fenómeno de la globalización disolvió (al menos, parcialmente) las fronteras entre oriente y occidente, el postmodernismo difuminó las barreras entre géneros -barreras, por otro lado, que no existían en sí mismas, sino a través de la sujeción a una determinada (y, posiblemente, obsoleta) tradición artística y estética.
Podemos decir, sin miedo a equivocarnos demasiado, que el paradigma estético sobre el que estaba fundamentada la creación de manga ha cambiado, como también se ha podido ver en muchas otras disciplinas artísticas. Y no sólo eso: el proceso evolutivo del manga va cada vez más rápido, creando productos cada vez más ajenos a los géneros que hasta el momento establecían las pautas creativas a seguir y, por tanto, menos susceptibles a la clasificación enciclopédica.
Y así, llegados hasta este punto, nos encontramos con Relatos de un Carbonero, obra en absoluto genérica, con todas las connotaciones que esto conlleva. Seguramente resultará por ello una obra poco accesible para el público en general, aunque quienes se liberen de prejuicios y convencionalismos estéticos seguramente acabarán reconociendo sin remedio su valía artística. Es probable que nos encontremos con él por casualidad en las estanterías de nuestra librería habitual, pasando desapercibido entre la miríada de publicaciones de manga para adultos que se editan mes a mes, pese a que poco o nada tiene que ver con ellas. No obstante, pese a todo, bebe de una tradición artística en proceso de cambio y es relato de una tradición cultural en extinción.
Como toda gran obra, por muchas novedades que presente, arraiga sus cimientos en el pasado. Y por ello, quizás, acabe rodeándose de un halo de familiaridad que nos facilitará un primer acercamiento a sus páginas, acercamiento éste que, con el tiempo y a través de sucesivas relecturas, nos revelará una esencia mucho más compleja e íntima, expresión descarnada de la soledad del ser humano, abandonado a su suerte en la inmensidad de un mundo en constante cambio.
Relatos de un Carbonero narra el día a día del joven Toshikatsu Ue. Éste se dedica, por tradición familiar, al duro oficio de carbonero en el distrito rural de Nishimuro, en la prefectura de Wakayama. El joven carbonero nos relata, en primera persona, la cotidianidad de su trabajo con todo detalle, contándonos desde cómo prepara primero la leña para la preparación del carbón, pasando por la construcción y reparación de una carbonera, hasta llegar a la retirada y posterior venta del carbón por parte de nuestro protagonista y su familia. Estas partes del relato, realmente, adquieren tintes descriptivos de tal calibre que podemos llegar a tener la sensación de que nos encontramos ante un auténtico manual de instrucciones para la producción del carbón bincho, creado a partir de la madera del roble de raza ubame. Tengamos en cuenta, incluso, que al final de la obra toparemos con un pequeño glosario, en el que se nos explicarán muchos de los términos incomprensibles, en principio, para el lector español.
Por otra parte, del propio protagonista saldrán historias relacionadas con otros personajes vecinos de la misma prefectura: cazadores, carboneros y campesinos se darán cita en este impresionante relato de la posguerra japonesa, en el que la crudeza de la situación vendrá amortiguada por la inocencia y despreocupación con las que nos lo contará nuestro joven protagonista; e incluso un leve velo humorístico, aunque muy sutil, que impregnará cada una de los capítulos de la obra.
Pero también veremos un relato íntimo de muchos de los pensamientos y sentimientos del joven: éstos, en muchas ocasiones durante el transcurrir de la obra, vendrán acompañados de profundas reflexiones sobre la naturaleza que rodea a toda la actividad del carbonero, así como de los seres que cohabitan en los mismos espacios que nuestro protagonista. Y no sólo se referirá a animales y a plantas en su relato: en boca de Toshikatsu escucharemos relatos fantásticos y mágicos, donde la tradición religiosa y espiritual japonesa se darán cita de forma natural, intercalándose entre las historias más sencillas y cotidianas, propias de la atareada (aunque también contemplativa) vida del carbonero.
La calidad y el alto grado de detalle del dibujo hacen de esta obra algo soberbio a nivel gráfico. La paisajística del entorno, por ejemplo, está fielmente retratada, tanto en los momentos en los que ésta se convierte en escenario para alguna acción de los personajes relatada a través de las viñetas de la obra, como cuando toma relevancia por sí sola y deja de ser un mero marco para la acción para convertirse en personaje de la historia en sí misma. En esos momentos, el autor la retratará fielmente, mediante viñetas de un alto grado de realismo, y dirigirá la atención del lector hacia ella, sea dibujándola sin ningún elemento en su interior que disturbe su contemplación (como personajes o animales), sea empequeñeciendo las imágenes de los personajes y animales que alberga, difuminándolas así ante la magnitud del escenario que les da vida.
Por otra parte, el retrato que el autor hace de los personajes y animales de los diferentes relatos es digno de admirar y, por qué no, de observar con detenimiento: los animales, por ejemplo, han sido retratados con todo lujo de detalle, plasmando las características de cada animal al papel de una manera casi fotográfica. El detalle del trazo con el que crea a los personajes en ocasiones contrasta con las tramas oscuras y poco definidas con las que retrata los ambientes en los que se mueve toda la acción de la obra, sobre todo en las escenas nocturnas. Pero esto no es, ni mucho menos, algo negativo, ya que así se realzan las figuras, aparte de crear una ambientación muy indicada para el carácter reflexivo de la obra.
Pero no por ello el dibujo es frío: a pesar del realismo que impregna toda la obra, cabe resaltar el expresionismo del que hacen gala aspectos como los planos entre las diferentes viñetas (planos, en ocasiones, casi excesivamente cercanos, que nos hacen tener la sensación de que nos encontramos presentes en la escena, respirando acompasados con el protagonista) o la manera de retratar algunos momentos de la acción, como aquellos en los que el protagonista prepara la retirada el carbón (en los que el dibujo se difumina con el calor sofocante de la escena), o aquellos en los que la espiritualidad y la introspección toman el timón en el curso del relato.
Al hablar de Relatos de un Carbonero, cabe mencionar a dos autores, sin la colaboración de los cuales no hubiera sido posible la realización de esta pequeña joya. Primero de todo, cabe mencionar el trabajo de Toshikatsu Ue, protagonista y a la vez narrador de la historia, personaje real y habitante de la prefectura de Wakayama, quien escribiera una novela relatando sus experiencias cotidianas desempeñando el oficio de carbonero, aparte de tratar temas mucho más trascendentes, como su visión de la tradición religiosa japonesa y, por qué no, cierta dosis de espiritualidad contemplativa.
Por otra parte, cabe hablar del autor del manga: Shigeyasu Takeno, aunque del mismo poco o nada se conoce por estas tierras. Sin duda, un autor maduro a la hora de crear Relatos de un Carbonero (por lo visto, contaba ya con más de cincuenta años) que pretende aportar una visión más introspectiva al arte del cómic japonés, muy influido, además, por el surrealismo y el expresionismo en su obra de juventud, según él mismo cita en el volumen de la obra, en un interesante epílogo en el que nos relata el contexto en el que ésta fue creada.
Poco más conocemos de él, aparte del relato que hace él mismo sobre su pasión por el dibujo y su sueño de ver alguna obra suya editada en la revista Garo, relato que sucintamente nos hace en el citado epílogo. Eso sí, queda clara su intención al dibujar un manga como el que tenemos entre manos: crear una obra que a la gente le apetezca leer más de una vez, y que ocupen un lugar fijo en las estanterías de cualquier librería, no sólo de lectores aficionados, sino de cualquier tipo de público.
Dolmen Editorial vuelve a deleitar al lector aficionado con una edición muy notablemente realizada. La obra ha sido editada en un único tomo, con una calidad de papel y encuadernación excelentes, y una sobrecubierta a todo color que llama la atención tanto por la calidad de su impresión como por los motivos (en tonos marrones y rojizos) que la adornan. Una edición, en definitiva, muy cuidada que no desmerece en absoluto a la obra que alberga su interior.
Lo mejor: La profundidad contemplativa del relato y el detallismo enciclopédico (aunque siempre expresivo) del dibujo.
Lo peor: Que no le des una oportunidad a un manga a todas luces diferente de lo que se anda publicando últimamente.
Ficha técnica
Título Original: Sumiyaki Monogatari
Guión: Shigeyasu Takeno
Dibujo: Shigeyasu Takeno
Editorial Japonesa: –
Editorial Española: Dolmen Editorial
Formato Tomo: B6 (135×195)
Nº de Tomos en Japonés: 1
Nº de Tomos en Castellano: 1
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