La semana pasada se celebraba el 37 Comic Barcelona, el antiguo Salón del Cómic, que ha cambiado su nombre posiblemente intentando hacer llegar al aficionado su visión más académica y cultural de lo que debe ser un evento dedicado al mundo del cómic.
Es innegable que la proliferación de toda clase de salones del cómic por España ha desvirtuado lo que significaba el nombre del clásico Salón del Cómic de Barcelona. Ahora un recinto, más o menos grande, con stands de merchandising estilo AliExpress, algún que otro de comida rápida y un escenario con concursos de cosplay es bautizado como “Salón del Cómic” de la ciudad que toque. De hecho hay muchos “salones del cómic” que tienen de todo pero muy poco de tebeos. Algo que también pasa con los “salones del manga”.
Mucho de ese público que acude a esos salones del cómic o del manga, seguramente nunca ha pisado el ahora bautizado Comic Barcelona, así como su hermano gemelo dedicado al manga (que seguramente también acabe cambiando de nombre). Y posiblemente crean que la única diferencia entre el “salón de su localidad” y el de FICOMIC sea el tamaño del recinto. No descarto que sea esa una de las razones del cambio, diferenciarse de los otros “salones del cómic”.
A mucho de ese público que asiste a estos otros salones les vale con lo dicho. No buscan trabajadas exposiciones, interesantes charlas, presentaciones editoriales o autores de cómic invitados. Les vale con un recinto donde juntarse disfrazados con sus amigos, poder compartir un ramen instantáneo y asistir al concurso de cosplay. Ojo, no estoy criticando ese tipo de público, sólo intentando reflejar lo que ellos buscan al asistir a ese tipo de “salón”.
Yo, que no me las quiero dar de culto o sabiondo, siempre he estado más interesado en las presentaciones y charlas, en proyecciones exclusivas, en un autor invitado o exposiciones de material que difícilmente se puede ver en otro sitio. Qué queréis que os diga, a mí que venga el último fenómeno de las redes sociales, un cosplayer internacional o el “freak” de turno no me atrae lo más mínimo. Me interesa mucho más poder ver al autor que está tras un cómic que adoro o una serie de mi infancia.
Repito, que hablo desde el mayor de los respetos y no quiero dar a entender que una forma es mejor que otra de disfrutar un evento. Cada uno es libre de disfrutar con lo que quiere y como quiere mientras no moleste al prójimo.
Pero todo esto viene a que, según mi impresión, el abismo que separa a un tipo de público del otro, es cada vez más grande y evidente. En el pasado Japan Weekend de Madrid, durante la entrega de los Rameneos, me dio por preguntar al público allí congregado cuál de los shônen nominados era su favorito. Quizás no estaban muy interesados en mi pregunta, pero me dio la sensación de que muy pocos leían o conocían, los que para esta redacción eran los tres mejores cómic manga para adolescentes del momento.
Quizás era porque el público que había allí estaba más interesado en el Jordi Cruz “Bueno” o en el concurso de cosplay que venía después de nuestra entrega, pero me dio la sensación de que muchos desconocían completamente estas obras.
Posiblemente estaban allí, no porque les interesase el manga, sino simplemente porque les gustaba el cosplay y estaban allí con sus amigos esperando a ver el concurso. El manga y el anime, son simples muestrarios de posibles personajes de los que disfrazarse. Algo que no critico, sólo expongo por qué me dio la sensación de estar a un abismo de los intereses que unos y otros teníamos para ir al evento.
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