Hace unas semanas en el primer Ramen y birras de esta temporada teníamos como invitado al Capitán Urías. Entre otros temas hablamos del estreno de Mirai, mi hermana pequeña en cines. Algunos que ya la habían visto comentaron en el directo que según su opinión, sin ser una mala película, posiblemente era la más floja de la filmografía de Mamoru Hosoda. En ese momento Urías comentó que para él no era así, ya que la película lograba conectar mejor con padres de familias con hijos. Es cuando, un servidor, padre de dos niños, que aún no había visto la última creación de Hosoda decidió ir a verla antes de que desapareciera de los cines (corred a verla insensatos, que aún aguantará alguna semana más).
No habían pasado ni diez minutos de película y ya no podía más que dar la razón a Urías y sus palabras. Mirai, mi hermana pequeña era una película hecha por un padre con hijos para otros padres con hijos. Era un flechazo directo al corazón de los que tenemos retoños de corta edad. Gestos de los niños, situaciones, problemas, soluciones… todo lo que vi, por mucho que siguiera las vivencias de una familia japonesa de Yokohama me era tan cercano que no pude evitar emocionarme en ciertos momentos. Es cierto que seguramente sea la película más experimental y personal de Mamoru Hosoda y el Studio Chizu. Pero eso no le resta ni un ápice de calidad a la misma.
Esto me lleva a la conclusión de que muchas veces juzgamos historias y obras que por concepto quizás no nos pillen en el momento o situación adecuados. Que no logren conectar con nosotros, con nuestras vivencias o experiencias personales y las desechemos, tildándolas de obra menor o floja, a pesar de tener una factura técnica impecable. Es muy probable que si yo mismo hubiera visto esta película diez años atrás no habría conectado con ella a tantos niveles.
Obviamente la crítica siempre es personal y tiene una carga muy profunda de los gustos y experiencias de la persona que la ejerce. Pero teniendo esto en cuenta, ni los críticos debemos elevarla al altar de verdad absoluta, ni los que la consumen, tomarla como dogma de fe. Ya que se puede dar el caso de encontrarnos con la crítica de una película, hecha por y para padres con niños, de una persona sin ningún tipo de interés con la paternidad. Y por hacerle caso, nos perdamos 100 minutos de maravillosa animación que logre hacernos llorar, reír y emocionarnos como pocos directores son capaces de conseguir.
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